Sobre Tehuelches y Fueguinos en Zoológicos Humanos

Por una historia general de los originarios en la Patagonia
La investigadora Norma Sosa sistematizó el quién es quién de las diversas etnias sureñas, su itinerancia forzada y sus costumbres.

Es poco lo que sabemos de ella, sus sobrinos son el único lazo con una obra que sobresale por su meticulosidad y aliento lírico. Nacida en La Pampa en 1949, formada en la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde vivió, esta etnohistoriadora fue la clásica especialista en temas mal considerados regionales, que quedan limitados a publicaciones de distribución limitada. Al mismo tiempo, qué sería de la Historia sin los artesanales investigadores del pequeño pago. Norma Sosa fue maestra rural; investigó estando enferma por años y murió en 2020 después de entregar a su editor Tehuelches y fueguinos en zoológicos humanos (La flor azul) y otro manuscrito inédito, una coda de su Mujeres indígenas de la pampa y la Patagonia (Emecé, 2001), su libro más ambicioso.

El interés por la historia de los pueblos originarios ha tomado un giro de centralidad en los últimos años, vinculado con la crítica académica de las rémoras coloniales y orientado a la búsqueda de perspectivas más justas en nuestras sociedades multiculturales y diversas. La expansión de internet y de las redes sociales, al mismo tiempo, ha hecho un aporte masivo y popular a la difusión de esta otra historia, a través de la digitalización de vastísimas colecciones fotográficas, antes en manos privadas, de universidades y otras instituciones. Pinterest, por mencionar solo una red, es un aleph de fototecas, en el que se suceden magníficos retratos de estudio de cada una de las decenas de etnias nativas de América del norte.

Es fascinante seguir el curso accidentado de la asimilación de los originarios a través de sus actitudes ante la exposición fotográfica. En la década de 1880, los fueguinos eludirán mirar al fotógrafo. Los niños serán los primeros en entregarse a la pura curiosidad por esa otra forma de magia que debió parecerles la tecnología; en pocos años, ya muchos enfrentan al interlocutor con el contacto visual. Por último aparece la sonrisa a cámara, como en los maravillosos retratos grupales de la familia Kaushel, exhibida en la feria de Buenos Aires, en 1898. Alguna fuente consigna que los rostros de Kiyotimink y Halchic, el joven matrimonio, fueron decorados con pintura ritual de manera apócrifa, con trazos de pintura sobre la copia en papel.

En ese rumbo, en nuestro país han sido decisivas las pesquisas fotográficas. Imagen, identidad y una localización concluyente suelen ir juntos y son imprescindibles para la reparación. Pero la tarea de identificar a los retratados es un desafío mayúsculo y laborioso cuando se trata de lenguas orales, con una fonética no estandarizada y a menudo transcripta de manera amateur, a veces incluso despreciativa. Entre esas pesquisas se destaca la iconografía Tehuelches, Danza con fotos, de Osvaldo Mondelo, quien reunió 300 imágenes al cabo de cuatro años de rastreo y hallazgos en archivos privados de familias patatónicas y repositorios fuera de alcance, en museos nacionales y extranjeros. En 2012 el libro se convirtió en una muestra de 43 fotos en Casas del Bicentenario de todo el país, en Tecnópolis y el Torreón de Mar del Plata, y viajó a Chile, Uruguay y España. ¿Cuántas de esas imágenes llegan a las aulas escolares y con qué peso narrativo?

Una enciclopedia de las personalidades nativas
Tres libros publicados y un puñado de artículos en la revista Todo es historia hacen de Norma Sosa una historiadora singular, que recapitula innumerables crónicas dispersas y contradictorias, relatos fragmentarios en una biblioteca decimonónica hecha de testimonios personales. Esa dificultad y dispersión explican cierto vacío de una historiografía argentina, quizá demasiado concentrada en los próceres epónimos y los rompecabezas obsesivos del siglo XX.

El material del que ella parte tuvo sus puntos más altos hace ya demasiadas décadas y está atravesado por la autobiografía. Entre el gran viajero Estanislao Zeballos, memorialista de las dinastías ranqueles aplastadas, ideólogo de la nación blanca y coleccionista de trofeos óseos, y las extraordinarias memorias del fueguino Lucas Bridges, El último confín de la tierra, hay poco más que un sinfín de diarios de campaña escritos por militares de J. A. Roca y de viajeros extranjeros. No se ha escrito una historia realmente totalizadora y establecida de la Patagonia originaria. Sosa ensayó en esa dirección buscando despejar las incertezas de las crónicas y la complejidad de un territorio inmenso que fue deliberada y falazmente promocionado como “desierto”. A comienzos del siglo XX, ya las distintas parcialidades del tronco araucano habían sido aglutinadas y derrotadas en sus luchas territoriales, a las que se sumaron los estragos de la viruela y la tuberculosis, la cacería sistemática a manos de matones de los latifundistas, que pagaban por el par de orejas. Los sobrevivientes de esa catástrofe humanitaria fueron integrados como mano de obra rural y en el área de servicios domésticos, Para el Centenario, ya habían sido argentinizados por los salesianos, con su régimen de catequesis y talleres de carpintería, también domesticados por el aguardiente que compraba sus arreos de guanacos mansos. Portaban sus nombres de bautismo y vestían como peones de campo.

«Fauna humana» en las grandes ciudades
Desde el 1700 comenzaron a llegar a Europa los primeros sujetos coloniales americanos, nativos a menudo rodeados de pompa y exotismo, como Tyonihogarawe, ungido «emperador Mohawk». En 1843 nueve Ojibwas fueron presentados a la reina Victoria en el Palacio de Buckingham, al igual que los fueguinos llevados por FitzRoy. Pero no sería tanto el poder imperial como la actividad de empresarios británicos del entretenimiento lo que mercantilizaría las misiones «diplomáticas» convirtiéndolas en espectáculo.

El primer caso documentado por grabados de una persona presentada públicamente como especimen racial fue Sartjee (occidental, Sara Baartman), una hotentote sudafricana, de la etnia khoikhoi, que se convirtió en objeto científico y atracción masiva de feria por sus nalgas prominentes. La «Venus hotentote» fue exhibida en Picadilly y el Haymarket entre animales de circo y pruebas de funámbulos y acróbatas. Su modelo desnudo fue expuesto en una vitrina del Museo del Hombre parisino hasta 1974. Sartjee fue restituida a Sudáfrica en 2002. «La construcción colectiva de esta imagen femenina se convirtió en sinónimo de primitivismo expremo, de estupidez o embrutecimiento, y quedó en la fantasía popular fijada con la fuerza de una imagen arquetípica», interpreta Sosa. En Tehuelches y fueguinos , pormenoriza el capítulo de Vaimaca Peru, Senaqué, Tacuavé y la joven Guyunusa, aborígenes uruguayos apropiados y expuestos en París en 1833. Por esa década las parcialidades étnicas -guenoas, minuanes y otras- estaban fusionadas sin distinción y ellos fueron identificados como charrúas. Los visitaron George Sand y Chopin, curioso por conocer sus reacciones a la música occidental, pero quien denunció el horrendo cautiverio fue el poeta alemán Heine. Desde 2008 Vaimaca descansa en el Panteón Nacional de Montevideo, restituido luego de casi 170 años de apropiación en Francia.